martes, 24 de julio de 2012

Correo / ¿Se termina el hechizo del relato?


¿SE TERMINA EL HECHIZO DEL RELATO?
El cambio nunca es fácil,
pero vale la pena
                                      Por Alberto Asseff *
Desde el fallecimiento del expresidente Kirchner vivimos el hechizo del relato. Tres veces por semana, por cadena nacional, la jefa del Estado relata. Entre tres o cuatro sarcasmos y otras tantas mordacidades – para golpear a los desvaídos opositores -, enuncia fascinantes estadísticas, muchos números y la atrapante ideología inclusiva. Y siempre embozando las cuestiones urticantes – en rigor, flagelantes – como la inseguridad y la inflación.
Es evidente que la comunidad argentina comenzó, tibiamente, a interesarse en la señora allá por noviembre de 2010. Una mujer viuda y aparentemente vulnerable se esmeraba por hablarles  a los argentinos sin leer. Daba la sensación de franqueza. Y que ponía empuje y esfuerzo.
Se sabe que las estadísticas compiten con los prestidigitadores en el grado de magia. Basta darlas parcialmente para pintar un paraíso en una realidad que, contrastantemente, posee bolsones infernales.
Digo ‘bolsones’ no desde el punto de mira geográfico, sino que incluyo lo sectorial. Una Justicia notoriamente subordinada y morosa es un bolsón infernal en medio de la visión paradisíaca que propala el relato. Y así podrían señalarse una decena de aspectos diabólicos en medio del panorama ‘celestial’ que impone el relato. Sin ir más lejos, un país que está perdiendo la libertad de comprar y vender sin restricciones lo que necesita o produce – tal el caso del trigo – no parece que haya ingresado a un estadio de belleza, armonía y bienestar.
Desde Nicolás Avellaneda para acá, el campo ha sido una fuente de riqueza y de innovación productivo-laboral ¿Cómo explicar que a su magna Exposición anual no concurra una sola autoridad nacional y hasta se retire la custodia de la Policía Federal? Algo anda mal en el paraíso y el relato nada aporta para dilucidar qué acaece.
Da la impresión de que la Argentina vive en dos planos disociados. El relato le habla a sus seguidores. El otro estamento sobrevive crecientemente inquieto.
El relato no dice claramente que la fiesta de los subsidios se ha terminado., Para anunciar ese fin encomienda la tarea a un relator menor. Pero lo cierto es que el congelamiento de los montos actuales es el principio del fin y es también un factor tanto de sinceramiento como de conmoción para la precaria estabilidad de la economía. A contramano de esta realidad, el relato continúa, deslumbrante.
La caída de la construcción – formidable multiplicadora de la actividad y de creación de empleo – prenuncia que la desaceleración viene en serio ¡Por lo menos algo en serio, aunque muy lamentable para todos!
El relato monologado es notoriamente autocrático, máxime si no hay contrarrelato. Éste falta por dos razones: el poder es hegemónico, sobre todo en el control y dominio de lo mediático y porque no emerge, hasta ahora, un contramensaje creíble, coherente, distinto. A horcajadas de esta realidad, el relato no oculta que “va por todo”, con ansias totalitarias como la propia enunciación de la meta exterioriza. Ese “vamos por todo” tiene su consecuencia natural en la búsqueda de la perpetuación en el poder. Es decir, un peligro inmenso para el sistema institucional y para todos.
La Argentina creció a “tasas chinas” durante ocho años, sólo interrumpido momentáneamente en 2009. Sin embargo, existen entre nosotros 11 millones de pobres. El relato no explica esa flagrante contradicción, salvo atinar a decir que “el crecimiento no derrama bienestar”. Entonces, el relato aún adeuda aclararnos por qué a pesar de tanto intervencionismo y avance estatal no se ha podido redirigir la riqueza hacia los más necesitados, rescatándolos mediante el trabajo y la preparación.  Porque tampoco tenemos esclarecido el motivo por el cual poco o nada se hace para que los pobres se eduquen y sus padres les den a sus hijos el ejemplo familiar de la “cultura del trabajo”, extraviada en estos años del modelo “inclusivo” que nos cuenta el relato. Es que la autocracia empobrece al espíritu y así se impulsa la pobreza material.
Lo cierto es que la actual presidenta pudo navegar hacia el bronce, pero optó por el ejercicio del poder total, extralimitándose en todos los planos. Sólo la realidad le está poniendo límite a sus yerros.
Debemos evitar la neurósis del desencanto colectivo. Un pueblo desilusionado es conmovedor y hace crujir el escenario. Se está extinguiendo el hechizo del relato. Pero está faltando la alternativa superadora que domestique  a esta constelación de complejidades y reencauce al país. Lo reordene.
La propuesta para adelante debe ser tan realista como equilibrada. Debe tener la aptitud de devolver certidumbre y tiene que prometer y cumplir que regirán las leyes, comenzando por la desacatada Constitución.
A un período exacerbado, plagado de tropelías, debe continuarlo un tiempo de sensatez. Necesitamos el sentido popular, la sensibilidad popular – y obviamente nacional – que riñen como enemigos declarados con el populismo,  que es el peor de todos los engaños porque se arropa cual si fuera un inocente amigo. Y ese tiempo que viene luego del hechizo del relato reclama menos ideología – sobre todo atrasada y anacrónica – y más ideas.
Ahora que faltan recursos financieros bien vale recordar que una idea es mucho más que un lingote de oro. Es la idea la que lo produce.
                   *Diputado nacional por UNIR (Provincia de Buenos Aires)

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