HAY UN POCO DE DEMOCRACIA Y CASI NADA
DE REPÚBLICA
Por Alberto Asseff*
Treinta años de un poco de Democracia y de
casi nada de República ¿Temerario lo que digo? Veamos, a horcajadas de rápidas
reflexiones.
Se votó cada dos en estos treinta años. Es
irrefutable. Empero, se vota con la recurrencia de vicios, trampas y fraudes
que si bien, en general, no desfiguran los resultados, en ciertos casos otorgan
el triunfo por arte de conteo y no de la voluntad popular. En La Rioja parece
que pasó algo de esto el 27 de octubre. Se persiste con la arcaica, hurtable,
costosa boleta de cada partido en lugar de adoptar la papeleta única o el
sufragio electrónico. Siguen las dádivas y las presiones a los votantes. Me
releva de abundar en este punto la confesión del gobernador riojano ante la
interpelación del obispo local. Se pierde dinero y tiempo en lograr fiscales,
en vez de organizar militantes-apóstoles de ideas.
Se disiente como método y se usa la violencia
o la justicia por mano propia para conseguir los objetivos individuales o
sectoriales. Pocas mesas de debate, muchos conflictos desmadrados. Cada corte
de calles, avenidas, rutas es un aplazo para la democracia como método pacífico
para solucionar los conflictos.
Se grita y agravia mucho más de lo que se
habla y se escucha al otro. El prejuicio de que el acuerdo es ineluctablemente
espurio persiste. Consecuentemente, la apuesta es a la intransigencia, a
ahondar la diferencia, a extremar el reclamo, a evitar el equilibrio. Más aún,
pareciera ser que se ha instalado el preconcepto descalificador de la
moderación. El moderado es un eunuco, un tibio vomitable, un inútil, un
mediocre. Es gravísimo el efecto que produce esta desnaturalización de la ponderación.
Es la apuesta al conflicto permanente, peor que el postulado trotskista de
‘revolución permanente’. Por lo menos, en Trotsky anidaba una utopía. En los
conflictivos, en contraste, reina el principio de la anarquía y ningún sueño.
Nadie puede sostener racionalmente que configura una ensoñación vivir –
sobrevivir penosamente, en rigor – pujando por doquier y cotidianamente, nunca
acordando.
La democracia, en su grandioso y desplegable
plano de ‘modo de vida y de convivencia’ en el que priva la comprensión del
otro, el oírlo, el buscar y encontrar consensos, entre nosotros está más lejos
que Marte.
Tenemos, pues, un poco de democracia. Nos
falta muchísimo.
En cuanto a la República, sus principios
esenciales están todos perforados. Ninguno parece suficientemente robusto como
para repeler los embates que sufren diariamente.
Los controles son tan lábiles que casi se han
vuelto más invisibles que los fantasmas. Para colmo sobre éstos dicen que no se
ven, pero los hay; en materia de controles, ni existen, además de no verse.
Ya sabemos cómo es la vigencia de la división
de poderes con un Legislativo que provee leyes expresas, con casi nulo debate y
menos estudio – cuando lo hay, es mas escenográfico que efectivo -, una
Justicia hipersensible a los deseos del Ejecutivo y muy cuidadosa de las
carpetas que dice poseer la Inteligencia del Estado - ¿Estado o gobierno…?- y
un Ejecutivo más propicio para guardar secretos y dictar decretos de necesidad
y urgencia que para hacer cumplir las leyes vigentes con igualdad para todos
los habitantes.
¿Periodicidad en las funciones? Ahí están las
décadas de Menem y del gobierno
actual que no se eternizaron porque la
Constitución ofreció un poco de resistencia y el pueblo mucho cansancio. De
todos modos tenemos antiparadigmas como el de Santiago del Estero que no es
oponible al manual más precario de ideas republicanas.
Estado
y gobierno más que confundidos, transfundidos. Del Estado queda casi nada,
literalmente abordado por un millón de nuevos agentes que trituraron lo poco de
profesionalización técnico-burocrática que poseía. Ahí están la televisión y la
radiodifusión públicas, la antítesis de una comunicación de Estado al servicio
de la nación entera. Son instrumentos propagandísticos del gobierno, con un abuso
y desparpajo asombrosos, aun para estos tiempos en los cuales se ha perdido
mucha de aquella conciencia moral que nos caracterizaba.
Habrá que proseguir estableciendo las netas y
rotundas diferencias entre popular y populismo y entre sano nacionalismo y
xenofobia o racismo. Nos va mal, a pesar de disponer de tantos recursos humanos
nobles y bienes materiales inconmensurables, incluida la ‘Pampa marítima’,
porque no podemos distinguir lo popular del populismo y lo nacional del
aislacionismo anacrónico.
Poca democracia y casi nada de República son
hijos putativos del populismo, gran deformador de conceptos y gran destructor
de oportunidades y de futuro. La otra desfiguración, la de lo nacional,
determina que seamos los más ineficaces defensores de lo nuestro, de nuestros
intereses, pero que aparezcamos ante propios y extraños como protectores de lo
argentino en exceso. Tan falso es esto que ahí están los resultados: no tenemos
moneda, se nos escurren las divisas, se destruye paulatinamente el empleo privado,
se ahuyentan inversiones de riesgo, adormecemos nuestros recursos. Dormimos la
siesta llenos de pesadillas, justo cuando podríamos pegar un salto de
desarrollo.
¡Ojalá sean reflexiones sugerentes de
mutaciones en serio!
*Diputado
nacional
Partido
UNIR
Provincia
de Buenos Aires