lunes, 18 de noviembre de 2013

Alberto Asseff / Opinión

HAY UN POCO DE DEMOCRACIA Y CASI NADA DE REPÚBLICA
                                                                 Por Alberto Asseff*

  Treinta años de un poco de Democracia y de casi nada de República ¿Temerario lo que digo? Veamos, a horcajadas de rápidas reflexiones.
  Se votó cada dos en estos treinta años. Es irrefutable. Empero, se vota con la recurrencia de vicios, trampas y fraudes que si bien, en general, no desfiguran los resultados, en ciertos casos otorgan el triunfo por arte de conteo y no de la voluntad popular. En La Rioja parece que pasó algo de esto el 27 de octubre. Se persiste con la arcaica, hurtable, costosa boleta de cada partido en lugar de adoptar la papeleta única o el sufragio electrónico. Siguen las dádivas y las presiones a los votantes. Me releva de abundar en este punto la confesión del gobernador riojano ante la interpelación del obispo local. Se pierde dinero y tiempo en lograr fiscales, en vez de organizar militantes-apóstoles de ideas.
  Se disiente como método y se usa la violencia o la justicia por mano propia para conseguir los objetivos individuales o sectoriales. Pocas mesas de debate, muchos conflictos desmadrados. Cada corte de calles, avenidas, rutas es un aplazo para la democracia como método pacífico para solucionar los conflictos.
  Se grita y agravia mucho más de lo que se habla y se escucha al otro. El prejuicio de que el acuerdo es ineluctablemente espurio persiste. Consecuentemente, la apuesta es a la intransigencia, a ahondar la diferencia, a extremar el reclamo, a evitar el equilibrio. Más aún, pareciera ser que se ha instalado el preconcepto descalificador de la moderación. El moderado es un eunuco, un tibio vomitable, un inútil, un mediocre. Es gravísimo el efecto que produce esta desnaturalización de la ponderación. Es la apuesta al conflicto permanente, peor que el postulado trotskista de ‘revolución permanente’. Por lo menos, en Trotsky anidaba una utopía. En los conflictivos, en contraste, reina el principio de la anarquía y ningún sueño. Nadie puede sostener racionalmente que configura una ensoñación vivir – sobrevivir penosamente, en rigor – pujando por doquier y cotidianamente, nunca acordando.
  La democracia, en su grandioso y desplegable plano de ‘modo de vida y de convivencia’ en el que priva la comprensión del otro, el oírlo, el buscar y encontrar consensos, entre nosotros está más lejos que Marte.
  Tenemos, pues, un poco de democracia. Nos falta muchísimo.
  En cuanto a la República, sus principios esenciales están todos perforados. Ninguno parece suficientemente robusto como para repeler los embates que sufren diariamente.
 Los controles son tan lábiles que casi se han vuelto más invisibles que los fantasmas. Para colmo sobre éstos dicen que no se ven, pero los hay; en materia de controles, ni existen, además de no verse.
 Ya sabemos cómo es la vigencia de la división de poderes con un Legislativo que provee leyes expresas, con casi nulo debate y menos estudio – cuando lo hay, es mas escenográfico que efectivo -, una Justicia hipersensible a los deseos del Ejecutivo y muy cuidadosa de las carpetas que dice poseer la Inteligencia del Estado - ¿Estado o gobierno…?- y un Ejecutivo más propicio para guardar secretos y dictar decretos de necesidad y urgencia que para hacer cumplir las leyes vigentes con igualdad para todos los habitantes.
  ¿Periodicidad en las funciones? Ahí están las décadas de Menem y  del gobierno actual  que no se eternizaron porque la Constitución ofreció un poco de resistencia y el pueblo mucho cansancio. De todos modos tenemos antiparadigmas como el de Santiago del Estero que no es oponible al manual más precario de ideas republicanas.
  Estado y gobierno más que confundidos, transfundidos. Del Estado queda casi nada, literalmente abordado por un millón de nuevos agentes que trituraron lo poco de profesionalización técnico-burocrática que poseía. Ahí están la televisión y la radiodifusión públicas, la antítesis de una comunicación de Estado al servicio de la nación entera. Son instrumentos propagandísticos del gobierno, con un abuso y desparpajo asombrosos, aun para estos tiempos en los cuales se ha perdido mucha de aquella conciencia moral que nos caracterizaba.
  Habrá que proseguir estableciendo las netas y rotundas diferencias entre popular y populismo y entre sano nacionalismo y xenofobia o racismo. Nos va mal, a pesar de disponer de tantos recursos humanos nobles y bienes materiales inconmensurables, incluida la ‘Pampa marítima’, porque no podemos distinguir lo popular del populismo y lo nacional del aislacionismo anacrónico.
  Poca democracia y casi nada de República son hijos putativos del populismo, gran deformador de conceptos y gran destructor de oportunidades y de futuro. La otra desfiguración, la de lo nacional, determina que seamos los más ineficaces defensores de lo nuestro, de nuestros intereses, pero que aparezcamos ante propios y extraños como protectores de lo argentino en exceso. Tan falso es esto que ahí están los resultados: no tenemos moneda, se nos escurren las divisas, se destruye paulatinamente el empleo privado, se ahuyentan inversiones de riesgo, adormecemos nuestros recursos. Dormimos la siesta llenos de pesadillas, justo cuando podríamos pegar un salto de desarrollo.
  ¡Ojalá sean reflexiones sugerentes de mutaciones en serio!
*Diputado nacional
Partido UNIR
Provincia de Buenos Aires


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