miércoles, 10 de julio de 2013

Correo / Dip. Alberto Asseff


LA MODERACIÓN ES EL CAMBIO
  Por Alberto Asseff*

 Tradicionalmente, una convocatoria exitosa e impactante consistía en llamar al combate. Quienes más confrontaban y ofrecían mayor promesa de pugnas, más eco lograban. Sin embargo, la Argentina de nuestros días muestra una mutación tan fenomenal como casi inédita en toda su historia. La configura un sustantivo cambio de actitud y de valoración. Hoy la gente escucha y es atraída por el compromiso de moderación, de diálogo, de entendimiento, de unión.
 Actualmente, la única exhortación combativa que repercute favorablemente es la que propone la unión. La que promete terminar con las divisiones y enfrentamientos. La que manifiesta la intención de articular la clase media con el sector o estamento comúnmente designado como obrero o trabajador, más allá de que todos – los que laboramos – estamos incluidos en esa digna categoría.
 Es la que vertebra al campo con la industria y los servicios en un solo haz.
 Es notorio que se trata de una verdadera transformación socio-cultural con efectos políticos trascendentales. Toda la vida argentina fue un permanente dilema. Desde que Saavedra y Moreno divergieron, siempre tuvimos dos divisas que nos dividían, algunas veces hasta de vida o muerte.
 Pertenezcamos a cualquiera de las tres generaciones contemporáneas, persistentemente sufrimos al enfrentamiento cual pan cotidiano. Hoy mismo, y durante esta postrera década, el gobierno asentó sus reales en la confrontación. A más lucha y puja por momentos pareció que obtenía más poder y control del escenario.
 Esa conducta de estos diez últimos años subsiste. Para afrontar el flagelo canceroso de la inflación o los desestímulos para sembrar trigo, la respuesta gubernamental es amenazar con brigadas en los supermercados o decomisos del grano ensilado.
 Es la añeja concepción del poder como una guerra incesante y de la política como lucha entre enemigos. Es la vieja falsa idea de que se dialoga sólo con quien piensa igual y que equipo significa una gris uniformidad que excluye a los otros.
 En rigor, construir poder sobre la base de dividir es  un modo más conservador que el que inspira a los partidarios del conservadorismo. Se va asentando el poder sobre la fractura social. No debe existir una sinrazón mayor y un peligro más grande. El derrumbe acecha.
 Todos los pueblos tienen disyuntivas y modos de ver y entender divergentes. Los republicanos y los demócratas norteamericanos, ¡vaya si disienten, hasta en cuestiones esenciales! Pero una vez resuelta la gran batalla – en la guerra de Secesión del s.XIX– se unieron en cinco o seis asuntos para aplicarse juntos a la construcción del ‘destino manifiesto’. Uno de ellos fue el instinto fronterizo, esto es esa búsqueda constante e inclaudicable de la nueva frontera, por supuesto ensanchando la que tenían en cada circunstancia. No se conoce a un solo norteamericano que haya imaginado – y menos practicado – un canje de territorio por paz política o para suprimir a un enemigo político, como fue el caso doloroso de Artigas. Ninguno de los partidos que pujan en el país del norte sostiene “todo estatal” en contraste con el otro  que postula“todo privado”. Sí, existen grados y matices en el intervencionismo estatal que admite uno, contrastando con el otro que busca modos y grados menores en esa materia incursiva del Estado. Diferencias de grado, no de sustancia.
 Ningún nuevo gobierno llega a la Casa Blanca con la peregrina idea de cambiarlo todo y de refundar al país. El anterior era amistoso con Japón, el que adviene quiere serlo con China, por ejemplo. Eso es imposible, A lo sumo, suavizará la frialdad con Pekín, pero mantendrá sus compromisos con Tokio. A ninguno se le pasa por la cabeza una metamorfosis total.
 Un país no se forja al vaivén de la ideología, sino al ritmo de sus intereses y objetivos permanentes. Éstos no son alterados por los partidos. Simplemente, mutan los acentos y las velocidades. En todo caso, varían las prioridades, pero nunca las grandes líneas estratégicas.
 La conquista de nuestro mar – asegurar y aprovechar lo que poseemos, pero en cierta medida en estado de latencia – y la afirmación de nuestra soberanía antártica, por caso, son metas inmodificables, gobierne quien gobierne. Llamativamente, en esta década que vocinglea tantas transformaciones, nuestra Antártida ha sufrido por primera vez desde 1904 un penoso retroceso en materia de relevancia para nuestra política.
 Los fines en áreas de educación, salud, seguridad, institucionalidad, defensa – para citar algunos aspectos de nuestro quehacer colectivo – son susceptibles de toques y retoques, pero no de variaciones de fondo, salvo para acentuar la marcha hacia la consecución de los objetivos.
 Una elección, así, dejaría de ser traumática. Si fuéramos institucionalistas – esto es si el apego a las reglas fuese parte de nuestras vida y cultura -, de un comicio no dependería la reforma constitucional con miras a la perpetuación en el poder. Eso sería un imposible fáctico – no sólo jurídico. La barrera la pondría nuestro modo de ser, nuestra conciencia, nuestra concepción  y actitud de vida. Habría un muro cultural.
 Por eso es inmensamente importante que hoy el país pida moderación, que aúpe más a la mesura que a la vehemencia.
 Ciertamente, deberemos insistir en ser combativos contra la injusticia, la corrupción, la declinación educativo-cultural, el atraso de la infraestructura, el avance del delito común y de la droga. Pero esas guerras no son políticas para dividir a los argentinos, sino para unirlos en nobles causas.
 Albricias, pues. Llegó la hora de la moderación. Quizás, estemos en las antepuertas de estadistas que llegan para timonear nuestra gran nave nacional. Es que hoy un estadista antes que nada se descubre si aspira a unirnos en aras de metas colectivas ineludibles.

*Diputado nacional UNIR-Compromiso Federal
www.pnc-unir.org.ar / www.unirargentina.com.ar

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