¿Y SI LOS ADOLESCENTES SE REBELAREN
AL VOTAR?
Por Alberto Asseff *
Los adolescentes no están formados para
votar. Empero, ¿cuál es el grado de preparación que tenemos todos nosotros como
votantes? Un sistema que, por ejemplo, no obliga a debatir los programas y
propuestas de los candidatos, de modo que el sufragante pueda elegir con un mínimo
de conocimiento acerca de qué está respaldando, no parece demasiado maduro.
Sólo recordar la falta de boleta única revela cuán anacrónico es el sistema. Y
cuán sometido a corruptelas.
No es útil analizar el posible voto de los
adolescentes sobre la base excluyente de su casi nula formación política. Por
esa vía concluiríamos en que el proyecto de ley que se comienza a tratar es
lisa y llanamente desopilante. Y también que sólo se sustenta en la creencia
del oficialismo de que ese voto de los niños – la Convención sobre los
Derechos del Niño- ley 23849 - los categoriza como tales hasta los 18 años de
edad – le resultará mayoritariamente favorable. Estiman que con esa presunta
mayoría compensarán los votos de la clase media que se están fugando a
raudales, espantados por los desaguisados económicos, las bravatas discursivas,
las amenazas a la libertad y al derecho de propiedad y el endiosamiento de la
primera magistrada, entre otros factores.
Los adolescentes nunca pidieron votar. Cuando
realizan protestas, sobre todo en los emblemáticos establecimientos de la
enseñanza secundaria, el Nacional Buenos Aires y el Comercial Carlos
Pellegrini, han reclamado una variopinta de asuntos, hasta incluir cómo gestionar el quiosco de la
escuela, pero nunca hablaron del voto.
Esta cuestión irrumpió por la maquinación
electoral de algunos ‘cerebros’ oficialistas. Lamentablemente, en el gobierno
hay muchos pensantes de lo electoral, pero escasísimos de las estrategias de
Nación ¿Cuánto tiempo insumen estas elucubraciones comiciales y cuánto el
demorado Plan de Desarrollo del Norte Grande de nuestro país, por caso? Aquél
usa energías y tiempo desproporcionadamente mayores que los que se aplican a
pensar y servir al país.
Se dirá que justamente en estos días la
política está entrando a la escuela y consiguientemente los chicos poseen una
incipiente aproximación a la cosa pública ¡Nada que ver! Formar no es adoctrinar.
Lo primero es enseñar sobre las grandes estrategias del país a partir de
incentivar la participación cívica basada en la comprensión del otro y en la
unidad de destino. Lo segundo es fanatizar a los muchachos, sectarizarlos,
enseñarles que cuanto más odio mejores perspectivas para los soñados y falaces cambios.
Formar se hace dentro de la ley y entrando a la escuela por su pórtico
principal. Fanatizar se realiza clandestinamente, ingresando a hurtadillas.
Hacer adultos a los adolescentes con fórceps
no parece un procedimiento legítimo. De todos modos, si el oficialismo persiste
en llevar adelante este proyecto de ley para que los chicos voten a los 16
años, caben algunas reflexiones adicionales.
Ese posible voto debe ser optativo. Este
carácter no riñe con la obligatoriedad que establece el art.37 de la Constitución. Así
como la ley presume que los mayores de 70 años pueden tener dificultades
físicas para ir a votar y los releva de la obligación, la norma, en el caso de
los adolescentes, presume que carecen de la debida formación y por ello les da
la facultad, pero los compele a sufragar.
Sólo podrán votar quienes sean alumnos
regulares del secundario. El art.29 de la ley Federal de Educación – 26206, de
2006 – obliga a cursar el secundario y el art. 30 prevé que esa manda se
orienta a “habilitar a los adolescentes para el ejercicio pleno de la
ciudadanía (…)”. Es inadmisible que a los 16 años se pueda votar habiendo
desertado de la escuela- el 50 por cien lo hace, desgraciadamente. Si presumimos que adolecen de formación y a
pesar de ello pasamos por alto que no estudian, realmente entramos en la esfera
del disparate. Si votaren a los 16 precisamente la escuela deberá encargarse de
prepararlos. No se puede delegar esa labor en la propaganda propalada por la
televisión.
No es calificar el voto, sino ratificar la
vigencia de la ley. No se puede otorgar un derecho y omitir una clarísima
obligación. Empero, ¿y los chicos de 18 años que hoy pueden votar a pesar de no
haber completado la secundaria? En estos casos, por irresponsabilidad estatal,
social y familiar ya se produjo la
falencia. Habrá que trabajar con ahínco para que concluyan como adultos los
estudios que no terminaron como adolescentes. En cambio, a los chicos de 16 y
17 aún estamos a tiempo para regularizarlos.
¿Sería
menester ampliar los derechos de casarse, conducir, adquirir bienes inmuebles,
salir del país y otros a los posibles votantes de 16 años? ¡Para nada! Son
derechos de naturaleza distinta. Si puede ser disparatado votar a los 16, ¡por
favor, no extendamos el disparate!
¿Y la
imputabilidad penal? Aquí sí hay que equiparar el derecho político con la
responsabilidad penal. Eso sí, con un régimen carcelario juvenil especial, con
estudio, trabajo, deporte, todo intramuros, pero sin un minuto de ocio.
Ahora bien, ¿qué hacer desde nuestro rol
opositor? ¿Rechazar el voto adolescente o aceptar el desafío? Me inclino por lo
segundo basado en dos fundamentos: los jóvenes son de naturaleza sana, suelen ser rebeldes y por ende inmanipulables.
Y no quiero servirle en bandeja al atril presidencial el argumento de que, cual
dinosaurios, le tememos a los chicos.
No me
atemoriza el voto joven. Al contrario apuesto a que sea motor de un formidable
cambio ¿Y si los muchachos se rebelaren
y dieran una lección?
Objeciones existen al por mayor, pero ante el
hecho cuasi consumado por la especulación electoralista del oficialismo, acepto
el reto. Pueden llevarse una sorpresa y darnos a todos la grata novedad de que
de la mano de los menos preparados la política se oxigena. Eso sí, será un voto
optativo para los alumnos regulares del secundario.
*Diputado nacional por
el partido UNIR-Provincia de Buenos Aires
www.pnc-unir.org.ar
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