miércoles, 17 de septiembre de 2014

Falleció China Zorrilla


A los noventa y dos años, falleció en Montevideo, la actriz China Zorilla de San Martín.

La recordamos con su  peculiar modo de ser, su carisma y sus despistes,  como una excelente persona y profesional del cine y  teatro.
Hasta ayer la clínica donde permanecía internada a causa de una neumonía, reportaba  una mejoría en su estado de salud pero no dejaban de reconocer que  era delicado.
Utopías tuvo el inmenso placer de compartir charlas con la señora y  realizarle entrevistas en ocasión de su visita a Pinamar, porque hay que recordar que junto a Ulises Dumont, China eran los padrinos de Pantalla Pinamar.
Se fue una  grande rioplatense. La recordaremos siempre, -pese a ser uruguaya de nacimiento-, por lo que significó para ambos países donde ella vivió.

Hermosa nota de Clarín

Uruguay en la partida de nacimiento y hasta en la calle de su departamento porteño. Era ahí, en ese Montevideo recreado como un microcosmos de "recuerdos chinos" en el que hace unos años regaló el último título. "Mi vida fue una gran comedia". Lo decía en el pasillo de su edificio, con el oxígeno disminuido por una neumonía, mientras abría la puerta del ascensor y casi caía al vacío "Hay momentos en que toda la vida se te viene encima en un segundo. ¿'Viste que se dice que al momento de morir te acordás de toda tu vida? Bueno, ya me pasó. En esas milésimas del hueco negro vi todo", exhalaba. "¿Y qué vio?, China". Respuesta con tono teatral: "Una linda vida. No puede haber infierno". Ayer, a los 92 años murió en su país la dama del diálogo y de la vida bonita, doña China Zorrilla.
Infancia parisina, juventud londinense, adultez argentina. El árbol genealógico de intelectuales la explicaba: padre escultor, José Luis Zorrilla de San Martín, madre Guma Muñoz del Campo. Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz -así se llamaba en realidad- era nieta del poeta Juan Zorrilla de San Martín y tenía conexiones sanguíneas con el poeta Estanislao del Campo y con el prócer uruguayo José Gervasio Artigas. "Cada vez que se celebraba un cumpleaños en casa, había Festival China", recordaba. "Mamá ponía un telón el el living y venía el sketch. 'Esta noche, no se lo pierda'. Yo tocaba el piano y vestía a un primo de abuelo, a otro de tío", recordaba en la última entrevista. "Mi mamá murió a los 95 años. Ojalá yo llegue a esa edad con su lucidez y envejeciendo bien. Envejecer es algo imperceptible: cambiar de gustos".
En sus nueve décadas, además que los miles de personajes que encarnó en la ficción, estuvieron los de la vida: fue "enfermera sin título", oficinista en Nueva York, periodista en Uruguay. "Hasta quise ser monja", admitía. "Mi quiebre fue entrar a la Royal Academy of Dramatic Arts. 'Do you speak english?'', me preguntaron. Dije 'Yes', pero la admisión la hice en francés. Hice de todo por el mundo. Fui enfermera de un hospital dos años sin haber estudiado. Un día, me presenté y dije 'Quiero ayudar'. Bueno, me dijeron: 'Vaya a bañar a las enfermas de neurocirugía'. Yo les hablaba y les hablaba mientras las bañaba y el médico decía ¡Vuelven como curadas! ¿Sabés por qué dejé? Porque se me cayó una. ¡Se armó un despelote!".
Un misterio encantador se llevó a la tumba. El privilegio de que ni el periodismo más descarnado pudiera entremeterse en su más íntima soledad. ¿Por qué no presentó parejas públicamente? ¿Por qué no tuvo hijos? "Yo digo que amé, pero nunca pude sacarme ese nombre de mi vida", decía desangrada. Ese nombre, el nombre de un amor tal vez imposible del que se aferraba como una Julieta shakespereana retrata a una mujer detenida casi como en una historia de ficción. "Estuve comprometida, tuve un noviazgo formal, pero yo en el fondo estaba obsesionada con el teatro. No podía dejar el teatro. Amé mucho y me amaron creo. Pero no hablo de eso".
Protagonista de grandes títulos de teatro clásico dirigida por Margarita Xirgu, fundó luego junto a Antonio Larreta y a Enrique Guarnero el Teatro de la Ciudad de Montevideo. Se inició en el teatro independiente en la década del '40, en el grupo Ars Pulcra (de la Asociación de Estudiantes Católicos). Ya en 1971 Buenos Aires marcó su quiebre: llegó a la Argentina invitada por Lautaro Murúa para actuar en la película Un guapo del 900, y ese trabajo inició "un flechazo mutuo" con la Reina del Plata. (Ver Siete décadas).
En los últimos meses, a pesar de que vivía sola y ya alejada de los medios por voluntad de su familia, trascendió una anécdota en boca de Carlos Perciavalle, su gran amigo. China le había prestado a un taxista al que no conocía 37 mil pesos. "Había cobrado un juicio y cuando la fui a buscar porque venía con toda esa plata junta, abrió la cartera y me dijo que le quedaban tres mil nomás porque tomé un taxi y el taxista le contó que le iban a rematar la casa". Años después, el taxista le tocó turno para devolverle el dinero. Es que China no era apegada con lo material. "No soy lo que la gente cree que soy. Tendría que ser rica, pero no quiero la plata en las manos. Me molesta. He sido una desastrosa administradora".
Uno de sus últimos hitos teatrales fue haberle puesto el cuerpo a más de 1.000 funciones de Camino a la meca, de norte a sur de la Argentina. Fatigada, Zorrilla prefirió el descanso en sus últimos dos años. "¡Sigo haciendo una cosa que me sigue gustando como el primer día, el teatro! Lo haría gratis y me pagan y encima mucho. Entonces, al que te dije, Dios, le doy las gracias nada más. Me da miedo seguir pidiéndole cosas a Dios. O sí, le puedo pedir terminar de envejecer y morir en Uruguay. Es un ejercicio divertido pensar en cuándo podría pasar aquello....Pero El que te dije no recibe órdenes de nadie".
Con un proyecto inconcluso sobre su vida, contaba años atrás sobre el documental biográfico que preparaba Darío Lanis: "No quiero que en esa película esté todo muy ordenado. Mi vida no es muy novelesca a nivel sentimental. Pero pasé miles de cosas. Estuve muerta de medio en un tramo de la dictadura militar. Un día me llamó la Sociedad de Actores para decirme 'Le conviene irse'. Me llevaron en el Vapor de La Carrera, me escoltó Arnaldo André. Llamé a Migré y le dije, ¡Sacame de tu telenovela, me voy a Montevideo! Contado después parece una aventura, pero fue un safari africano", juzgaba. "La censura es una cosa horrible, antinatural, monstruosa. Y no me vengan con que existe media censura, porque es como un embarazo. Estás embarazada o no".
No había entrevista en la que no utilizara como arma letal el humor. O en la que generara mitos sobre su historia: junto a Carlos Perciavalle decían haber visto al "terrorífico" Adolf Hitler con su amante Eva Braun en San Carlos de Bariloche.
Verborrágica, diplomática, lúcida, bromeaba con que le costaba hablar y apenas uno encendía el grabador, ella ametrallaba palabras sin tregua. El perfil menos conocido de China incluye hasta el fútbol: "Papá nos llevaba a las cinco hermanas a ver a Nacional de Montevideo con las mejores pilchas y los guantes blancos. Me crié aprendiendo sobre el tema", admitía. "Iba a colegio de monjas y cuando había partido me acercaba a la ventana para escuchar si gritaban gol. Cuando llegué a la Argentina me hice hincha de Boca. Fui a La Bombonera y me ovacionaron. Una vez Boca le ganó a River 3 a 0 y los hinchas cargaban a los jugadores de River. Yo me paré en las calles cercanas a La Bombonera y los reté. ¡Dejen a los tristes en paz".
De política China también hablaba en los últimos años: "Tengo una debilidad por Pepe Mujica. Estoy enamorada de él", bromeaba.
Condecorada con la mención de "Chevalier de la Legión de Honor del gobierno francés", en 2008, Ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, no se jactaba de los premios, sino de amistades como la de Dustin Hoffman, con quien compartió una oficina en Nueva York en los '60 cuando el hombre de Hollywood era "ignoto y callado": "Cuando lo vuelva a ver, le voy a decir, que en la Argentina hay equivalentes a Al Pacino, para que les de una oportunidad: "Oscar Martínez, Luis Brandoni". Popular "antes que famosa", según decía,
Su última obra teatral, en 2012, fue Las de enfrente. Después, su salud se volvió frágil y sufrió algunas internaciones. Eso sí, nunca se hizo amiga de la tristeza: "He sido muy mimada por la vida. Soy optimista hasta el último minuto. No le regalo ni una lágrima a la vida", disparaba en su refugio de Barrio Norte, entre mate cocido y caricias a Flor, la perra Yorkshire que cumplía "función de hija". Su discurso inagotable deja cientos de frases memorables en los archivos: "Hacerte viejo es lo que hiciste, pero también lo que leíste, lo que recomendás, lo que sentiste y ya no sentís. Todo eso en el lomo pesa un día, como una carga".

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