miércoles, 11 de julio de 2012

Correo / Alberto Asseff


REFLEXIONES SOBRE LA CAPACIDAD NEGATIVA
“La última palabra es autoridad;
la única palabra es autoritarismo”
             Por Alberto Asseff *
  Se sabe. Somos un pletórico país, pleno de gente apta y de recursos naturales. Sin embargo hace añares que estamos y andamos insatisfechos. Quienes increíblemente están en la indigencia y quienes están en la pobreza – un 35 por ciento de la población – tienen sobrados motivos para el disconformismo.  Pero  el disgusto abarca a todas las franjas y estamentos. Nadie dice que el futuro es nuestro, aunque el presente sea problemático. Prima la inseguridad y no sólo la originada en el flagelo delictivo.
   Imperan la desesperanza y la desconfianza.  La política es  artífice de la historia, pero sus dirigentes no están a su altura. Por eso escriben una historia gris, por no decir negra.
   Un país serio y en serio necesita una clase dirigente. No significa uniformidad ni monotonía, pues esa dirigencia puede y debe tener disensos, diferencias, modalidades diversas. Pero la eslabona un hilo conductor, esto es el bien general que todos anhelan y al que nadie renuncia. Junto con la permanente búsqueda del consenso.
En ese contexto, es sencillo acordar – hasta silenciosamente – algunas políticas o estrategias compartidas, también llamadas de Estado. Sea propender a los valores y vida sana o cuál es la ubicación argentina en el mundo, pasando por un plan de seguridad, existen siete o quizás diez políticas que pueden y deben ser constantes, exentas de los sublevantes vaivenes propios de cada turno gubernamental.
  Si la Constitución establece desde hace 160 años la libertad de comercio e industria – además de muchos otros derechos y garantías – es inadmisible que los productores de trigo, por caso, dependan del ucase de un funcionario. Se habla de progreso, pero el sistema de otorgar, uno por uno, 30 mil permisos mensuales de importación y centenas de exportación es arcaico y patente de atraso.
  La gente había vuelto a confiar en el sistema bancario, más allá de que el mercado financiero sigue famélico y muy caro. En vez de robustecer la bancarización, se autogeneró una crisis de confianza fenomenal. No puede existir más chapucería.
  Siempre se ha tendido a esconder la basura debajo de la alfombra. O se ha intentado ese procedimiento falaz. Empero, negar su existencia es una osadía inédita. Esto último acaece con ese cáncer  que se llama inflación. Se la ‘combate’ negándola, ignorándola, no adoptando medida alguna, ni ortodoxa ni heterodoxa. Eso sí, se continúa imprimiendo billetes y desalentando a la inversión, es decir una combinación explosiva para cualquier economía.
 Ese lastimoso cuadro, tan recurrente, de gobiernos provinciales exhaustos, peregrinando a Buenos Aires buscando el cheque salvador que permita pagar los sueldos de la frondosa burocracia – por cada puesto de trabajo nuevo creado por una Pyme hay 4 generados desde el sector público -, es patético, retrógrado. No hay voluntad para trocar esta situación por un régimen automático y liberador de transferencias de fondos tributarios. Es que la única disciplina que consiguen no surge de la autoridad – moral y política – sino del autoritarismo, a través de la billetera ¿Quiérese más apabullante fracaso que este? No logran poseer ascendiente por las convicciones, por la ejemplaridad, por la virtud de la estrategia, sino por la ruda y cruda imposición, cuasi extorsiva: o te sometes o te relego a la astringencia de recursos.
  Mientras, la Argentina entera sigue azorada. Su agro se desenvuelve por su empuje, pero siempre pugnando porque por prejuicios se le niegan estímulos relevantes y se le colocan trabas importantes. La industria padece de creciente falta de competitividad y de inversiones. El mundo universitario asiste, impávido, a su paulatina degradación que todos los días suscita más añoranza por aquellos idos tiempos de esplendor. La delincuencia ha reformado  de facto el Código Penal  e impuesto la pena de muerte sin sumario. Sancionamos leyes de enseñanza obligatoria, pero un millón de jóvenes ni estudian ni trabajan. Deambulan, con vocación esquinera, cual zombis. La drogadicción escala posiciones carcomiendo a la sociedad. No logramos bajar los índices de accidentes de tránsito que, en numerosos casos, son más actos homicidas que accidentales. El Norte prosigue allá, al aguardo de las obras transformadoras. Una, el Bermejo, por ejemplo,  que originó bibliotecas de estudio y legiones de burócratas, pero ni un metro cúbico de tierra removida. No se puede rehabilitar un ferrocarril digno. Nuestra Pampa Mojada o sumergida o marítima, una de las más extensas del planeta, no tiene una Flota de Mar para custodiarla ni la cantidad de oceanógrafos necesarios para estudiarla ni las empresas petrolíferas, mineras o pesqueras para explotarla. La Antártida sigue casi vegetando, sin planes de expansión de nuestra presencia y ahora sin siquiera una rompehielos. Nos disgustamos con Paraguay, es decir con alguien de entrecasa, no fogoneamos de verdad la integración sudamericana, cuando vamos al África ‘cerramos’ un negocio para exportar maquinarias que produciría una empresa que quiebra a los quince días. No somos capaces de arreglar un trabajo completo conjunto con el otro vecino de la casa, el Uruguay, aunque cierto es que ellos son tan difíciles, tanto como nos enrostran esa característica.
  Además, como si fuera poco todo lo boceteado, ahora quieren reformar la Constitución para, confesamente, desarticular “los derechos y garantías demoliberales” (sic). O mienten o aspiran a hacer una Argentina contraria a nuestras esencias y valores. Todo lo que falta hacer y todo lo que hay que enmendar en el país se puede y debe obtener mediante una fórmula sencillísima: cumplir con la Constitución. Cambiar a la ley fundamental será otro paso hacia la decadencia, no sólo institucional.
  Los que mandan tienen una exuberante capacidad para hacer las cosas mal. Una capacidad negativa asombrosa. Desde el llano se les pide que reviertan esa aptitud y que por lo menos un cuarto de la pericia la apliquen a laborar con el sentido común en un hemisferio y con equilibrio en el otro. Si, adicionalmente, pudieren poner una dosis de patriotismo, quizás el horizonte estaría clareando en nuestro país.
*Diputado nacional por la Prov. de Buenos Aires
   Compromiso Federal Unir
   www.pnc-unir.org.ar

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