El GOBIERNO NACIONAL, MONTE BUEY Y EL
CORDÓN CUNETA
Por Alberto Asseff*
Monte Buey es uno de los tantos queribles
pueblos de nuestro país. En algún sentido profundo, allí se vive mejor que en
las aglomeraciones -¿amontonamientos…?- metropolitanos, tanto del Gran Buenos
Aires como de los otros núcleos que van tomando el modelo – malo -que marca la
megalópolis.¿Por qué escribir hoy sobre Monte Buey, la cordobesa localidad? Es simple, pero a la vez muy significativo. En medio del “Fútbol para Todos” y después de que en la transmisión el principal locutor se diera tiempo para mencionar “la pinta” del candidato oficialista, intendente de Lomas de Zamora, ya en el entretiempo, propalaron un reportaje al alcalde de esa población. El funcionario manifestó su “inmenso agradecimiento al gobierno nacional porque ahora Monte Buey, con el apoyo de la Casa Rosada, dispone de cordón cuneta en sus calles”.
Leo y releo la Constitución Nacional y no hallo una cláusula que establezca que el Poder Ejecutivo Nacional deba ocuparse de las obras de zanjeo o de cordón cuneta de los municipios. En contraste, el artículo 99 –atribuciones de dicho poder – menciona el nombramiento de la Corte, de embajadores, la firma de tratados internacionales, la comandancia de las fuerzas armadas y otras altas funciones.
No es una sensación, sino una verificación: han achicado las miras del Ejecutivo Nacional, lo han reducido, lo han vuelto mediocre. A la par, han inhumado lo que quedaba en pie de federalismo económico. El político hace tiempo que era y es un cadáver insepulto.
Lo peor es que ha sucumbido el federalismo moral. Explico. Todos sabemos que, tal como lo profetizó Leandro Alem en el debate sobre la capitalización federal de Buenos Aires, en 1880, Buenos Aires ungida cabeza de las provincias unidas argentinas terminaría deglutiéndolas, configurando un remedio peor que la enfermedad para el que se pensó esa decisión.
La idea de capitalizar a Buenos Aires era que de esa manera los recursos aduaneros – las retenciones del s.XIX en cuanto a la relevancia como sostén del fisco – en lugar de ser aprovechados excluyentemente por la provincia bonaerense – en rigor, la ciudad -, serían usufructuados y compartidos por todo el país. Empero, ¿qué acaeció? Que suplantamos ciudad de Buenos Aires, por Capital Federal y gobierno provincial por nacional. La voracidad de la provincia devino en insaciable absorción de la nación. Si padecíamos un mal, el centralismo económico ejercido por Buenos Aires, pasamos a sufrir un cáncer, el dominio totalizador de la ahora Capital Federal, no sólo en el plano económico, sino en todos los aspectos. Apenas si se salvaguardó algo de la cultura local, todo un milagro en medio de la oleada centralista.
Así hemos arribado a esta situación que bordea lo desopilante. En el área del Ministerio de Planificación Federal, en vez de ocuparse de ejecutar un plan nacional de carreteras, de la rehabilitación ferroviaria – ahora le han quitado esa facultad para trasladársela disfuncional e irracionalmente al ministerio de Interior, un órgano político y no técnico-logístico ni adecuado para gobernar el área de transporte -, de la armonización del poblamiento mediante una estrategia demográfica, de la construcción de grandes obras de infraestructura de índole transformadora – canal del Bermejo, Paraná Medio, puentes interprovinciales, canales desde el Paraná hacia las zonas semiáridas y muchas más. No, el Ministerio nacional de Planificación Federal se aplica a mandar fondos a los municipios para que realicen los cordones cuneta de sus calles. Y, para colmo, reparte fondos sólo a los intendentes alineados y obedientes ¡Bajísimo el nivel al que ha descendido el gobierno nacional de la Argentina!
Por supuesto que en todos los lares de la extensa Argentina hay que realizar las obras edilicias y de infraestructura propia de todas las vecindades, pero de ellas se deben ocupar los munícipes y ediles, no los ministerios nacionales.
Pero, se dirá, ¿y los fondos? Pues los recursos deberían estar asignados por la ley de coparticipación federal que manda sancionar la Constitución – cláusula transitoria sexta – antes de finalizar el año 1996, una de las normas incumplidas de nuestra suprema ley. Por eso, dicho de paso, ¿con qué autoridad moral se pretende reformar la Constitución que se incumple?
Ese régimen de coparticipación debería contener como eje articulador del sistema la automaticidad de la distribución de los recursos, de modo que sin importar el color partidario ni el grado de disciplinamiento político, los fondos fluyan a las provincias mes a mes de forma previsible y mecánica. Así se terminará con la extorsión política mediante la asignación del dinero que les pertenecen a las provincias.
Esa nueva y demorada ley deberá establecer que los municipios no pueden negociar directamente con el gobierno nacional. Dos son las justificaciones para esta veda: no corresponde y no puede lesionarse a la jurisdicción provincial con este inadmisible per saltum.
Podrá argüirse que el poder Ejecutivo se da tiempo para avocarse a los asuntos superiores como ir a Nueva York para presidir el Consejo de Seguridad de la ONU, algo que no hace ningún otro Jefe de Estado en situaciones análogas. Pero esto tiene un tufillo indisimulable. Parece – todo lo indica – que más que para tratar magnas cuestiones del planeta y de la Argentina, se comparece a ese alto sitial pensando en agregarle algunos sufragios al ya citado intendente lómense. Quizás, esta aseveración sea propia de malpensado, pero…
La
salud del federalismo restaurado será la robustez de nuestra nación, no sólo desde
el punto institucional, sino desde todas las miras. Sobre todo, un federalismo
restituido contribuirá a trocar el andar mediocre de nuestros días por otro no
sólo más jovial e ilusionado, sino también más creativo, innovador, futurista,
proyectivo. Si algo carece esta Argentina gris de hoy es de esperanza. Nos
sobran conflictos y nos faltan grandes proyectos, especialmente el proyecto de
vida en común.
*Diputado
nacional por UNIR-Compromiso Federal
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