LOS CAMBIOS QUE LLEGAN CON FRANCISCO
Por
Alberto Asseff*
Todos sabemos quién y cómo es el cardenal
Jorge Bergoglio. Tan agudo e inteligente como austero y frugal. Sapiente y con
convicciones. La preferencia por los pobres – la opción retórica de la Iglesia que muchos como
Bergoglio quieren que sea absolutamente tangible – lo llevó a las villas de
emergencia, no para salir en una fotografía, sino realmente para decirles a los
necesitados que la Iglesia
se alinea con sus sufrimientos y se empeña en sacarlos de la marginalidad,
comenzando por la moral. Porque está claro y es definitivo: la primera miseria,
la que abre las compuertas a la otra, la material, es la degradación moral.
Empero, lo que nos falta conocer es cómo
gravitará el Papa Francisco tanto en las reformas que reclama la Iglesia como en los
cambios que requiere el mundo, comenzando por nuestra región latinoamericana y
más precisamente nuestra patria.
Bergoglio fue elegido por el Colegio
Cardenalicio por sus dotes de firme alineamiento con la sencillez, su
agudeza para interpretar el tiempo que
se vive y porque está habilitado como pocos para librar la batalla en el valle
por el destino de los pueblos.
Es notorio que la Iglesia – sobre todo la
del Nuevo Mundo, este al que pertenecemos – está perdiendo fieles. El pesimismo
que denostó el Papa es uno de los factores. Los otros son la vanidad del poder
– a la que sectores eclesiales no son ajenos -, la corrupción en las altas
esferas político-sociales – que también se filtró en el Vaticano – y el
populismo, ese enemigo embozado que tiene la causa popular.
La humildad del Papa no es sólo gestual, sino
que responde a modo de ser. Es la antivanidad y es la forma de expresar la
genuina opción por los pobres a partir de la verdad. Porque no se puede redimir
a los necesitados desde la mentira o la hipocresía.
La pacificación de los espíritus – que
siguen crispados, sobre todo por muchos líderes engañosos que montan su poder
terrenal sobre la base de la confrontación, la división de clases y el
resentimiento social – es otra peculiaridad del Papa, de sus objetivos a lograr
desde el sillón de San Pedro. Bergoglio anticipó lo que será Francisco: un
mensaje dulce, de palabra fácil y clara, pero llena de sustancia. Con menos
elipsis o lenguaje críptico, pero no por ello con menos sabiduría y raíces
doctrinales.
En este tema de lo sustantivo, Francisco ya
nos ha brindado algunos datos: no quiere a los prelados en el monte y a los
fieles, cual rebaño, lejos, en el valle. Pide a eclesiásticos y feligreses que
juntos laboren la vida en la Fe , es decir cumpliendo los
mandamientos, único modo de redimirnos, de convivir y de crecer moral y
materialmente. Ha dicho que los pueblos están cansados de ser gobernados por
egoístas y que la Iglesia
no debe ser ni una ONG de caridad ni reguladora de la Fe , sino su transmisora. Marcó
así, que él aspira a ir al fondo de los problemas de este mundo. No se cobija
en las formalidades y apariencias. Esta es una de las claves de Francisco. Y
sin manifestarlo, busca una limpieza de la Iglesia. Tanto en
la corrupción del dinero como de las conductas, sin ocultar la pedofilia que
estraga la credibilidad.
Otro dato relevante es que los 12 cardenales
norteamericanos hayan sido militantemente favorables a la entronización de
Francisco. Quizás, ‘Los Caballeros de Colón’ – organizados para preservar los
valores cristianos, con influencia irlandesa – hayan visto en la corrupción y
el populismo a dos enemigos no sólo de la
Fe , sino de la paz en el mundo. Un exultante cardenal Timothy
Dolan – arzobispo de Nueva York – lo dijo con un vocablo simple: “esto es un
hito para la Iglesia ”.
Francisco no adviene al trono romano para
segar los procesos populares de la América Latina – ni de ninguna parte del planeta
-, sino para truncar las falsificaciones. El populismo – corrupto, clientelar,
sembrador de pobreza, sometedor del pueblo al peor servilismo, ese que se
plasma mientras está bailando creyendo que es feliz, el que distribuye pan para
hoy y hambre para mañana – es el que va a ser derrotado y en su lugar se
emplazará el movimiento popular. No es profecía, sino análisis.
En el Nuevo mundo – el nuestro – en los
últimos 40 años el catolicismo perdió un cuarto de sus fieles. Como escribió
Vittorio Messori en Corriere della Sera, ese drenaje nutrió al sectarismo
financiado por fuertes capitales norteños que desde hace más de dos siglos
pretenden terminar con la que llaman “superstición papista”. Esa tendencia
corrosiva debe revertirse. Una inmensa misión para Francisco y para todos.
El dilema no es si en la misa se canta,
incluyendo alguna guitarra que desplaza al órgano, o sólo se reza con
recogimiento. La opción es otra: ser auténticos en la Fe o hipócritas. Francisco
significa por sobre todo autenticidad. Se pueden conservar las tradiciones y
ser reformista en serio. Optar por los pobres no puede consistir en el
espejismo populista, en ese formidable engaño de hacerles creer que mejoran
cuando en verdad se los está hundiendo en la droga, la promiscuidad, la
destrucción de la familia, el hedonismo, los disvalores.
La impronta de Francisco es devolver
frescura a la Iglesia ,
‘caminar con el pueblo’, rechazar el pecado de la vanidad del poder, resolver
las formidables cuestiones sociales que nos embargan, limpiar la curia. Es una
faena fenomenal.
Cuando observé a Francisco saludando a John
Ton Hon, arzobispo de Hong Kong, pensé que la Iglesia , sabia, alguna vez
tendrá un Papa chino. Por ahora lo tenemos sudamericano y para colmarnos de
alborozo, argentino ¡Ojalá pueda plasmar la mitad de lo que se propone! Sería
doblemente histórico, por provenir desde estos confines y por haber logrado
esas anheladas transformaciones.
De las calumnias que intentan macular a
Francisco sólo hago mías las palabras, de estos días, del teólogo de la Liberación – que
Bergoglio combatió abiertamente, a mi parecer
acertadamente, porque una cosa es reformar y otra revolucionar, cuestión sobre la que deberíamos discernir en
otra ocasión– Francisco Jalics: -“Celebramos juntos una misa y nos volvimos a
abrazar (con Bergoglio)solemnemente. Auguro al Papa Francisco la bendición de
Dios para su oficio”.
Debemos vivir la elevación de Bergoglio a
Papa con humildad. Nada de esa altanería de que “ahora no sólo Dios es
argentino, también el Papa”. Ese alarde debe avergonzarnos. Los pueblos grandes
no alardean. Simplemente tienen convicciones y mucha fortaleza.
*Diputado
nacional por UNIR, provincia de Buenos Aires
www.unirargentina.com.ar
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