Cuántos recuerdos trae a mi mente, el Día del Maestro y qué distancia de aquellos
docentes a los de ahora.
Escuela N° 128 del barrio Conciliación, Montevideo; Sexto
grado, nos despedíamos de la primaria; la seño Mireya jovencita, -21 años- recién recibida, era como
uno de cualquiera de sus alumnos, conocía todas las mañas, las travesuras, los
que se copiaban y nada se le pasaba.
Era un poco mi compinche por el hecho que no quería tomar el
vaso de leche que nos traían antes de
salir al recreo; (no preguntaban nada ni hacían diferencia, sino que a
todos por igual le servían) no porque no me gustara, el caso era que
el vaso de aluminio yo le sentía gusto a desinfectante, y no quería
tomarla, entonces Mireya siempre se lo
ofrecía a otro compañero; además me esperaba en casa mi madre con ese si, rico café con leche con pan y dulce.
Ojo con venir a los
padres con algún cuento si la maestra
nos rezongaba por cualquier circunstancia, porque el reto además lo llevábamos en casa, “algo
habrás hecho, ya le voy a preguntar a la maestra”.
Cuando mandaba alguno
a la dirección era porque había cometido
una falta que ella no podía corregir y
cuidado con la directora, capaz de quedarse hasta la hora que fuera,
hasta que venían los padres a rescatar al desobediente. En esa época no era
común el teléfono por lo que los padres al
ver que no llegaba su hijo de la
escuela, si o si concurría a ella para ver que pasaba
Recuerdo que la maestra
venía en el ómnibus que la dejaba en la avenida y de ahí unas siete
cuadras a pie cargada con las carpetas hasta llegar a la escuela; pero nunca faltó, lloviera, tronara para ella
era igual siempre venía a dictar la clase; sólo nos quedamos una semana sin maestra, porque se casaba, pero
la vino a remplazar la directora y no volaba una mosca en el aula, porque pese
al título era buena, salvo cuando perdía la carrera su caballo favorito.
Si, tenía ese defecto, se gastaba el
sueldo en el hipódromo y cuando perdía
mejor no hablarle. En lo que a mi
respecta también tenía una ocho cuadras
para llegar a la escuela y todos los días con mis hermanos hacíamos el
recorrido a la par de otros chicos vecinos.
Ese año se jubilaba la directora y entre todos hicimos una
colecta y le compramos una radio porque la que tenía la había vendido para jugar.
Luego con mis hijos teniendo esa enseñanza, puse el empeño
en hacer los cambios que el avance de la vida, el progreso imponía. Pero lamentablemente, no todos los docentes, aman su profesión y se dedican de lleno con respeto
y dedicación a enseñar.
Dirán “los tiempos han cambiado” cierto y los padres
también; si el hijo trae mala nota, la culpa es del docente, si es un rebelde
sin causa, la culpa es del docente; si los padres no se preocupan del hijo, este
no podrá comportarse con los demás de su entorno porque nota la carencia de
dedicación y amor, en algunos casos,
situación bastante corriente en esta época.
Y en los tiempos que corren quedan pocas maestras que abrazan la profesión y que demuestran amor a sus alumnos porque ya se ha volcado el
trabajo hacia lo redituable que no es malo siempre y cuando no
se aparten de la esencia natural del docente: formar jóvenes para el futuro.
Un saludo a todos los Maestros en su día.
Nelly Maletich
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