jueves, 7 de marzo de 2013

Hugo Chavez / Su fallecimiento

Escribe: Luis E Rodi
Utopías de Pinamar


Hugo Chávez
El hombre que dividió las aguas como nunca antes nadie lo había hecho en Venezuela –con excepción tal vez de Simón Bolívar- acaba de pasar a la inmortalidad. Por estas horas, miles de artículos –a favor y en contra- se escriben contando su trayectoria, sus ideas, los avatares de una carrera política impresionante y su larga lucha contra el cáncer.
Es difícil escribir de un país que uno no ha visitado, y que conoce apenas por referencias periodísticas y literarias, pero desde mi punto de vista la Venezuela de Chávez siguió un destino histórico como el que protagonizaran, salvando las distancias temporales e históricas, Juan Domingo Perón en la Argentina de los cincuenta y, algo antes incluso, el Brasil de Getulio Vargas. Ambas figuras despiertan, incluso hoy, sentimientos encontrados, pero nadie puede negar que durante sus gobiernos se produjo una acelerada redistribución del ingreso que favoreció a los sectores menos favorecidos, a la vez que fueron creadas leyes para proteger los derechos de los trabajadores. Como Chávez, fueron acusados de populistas y demagogos y fueron resistidos por los sectores de la más alta sociedad.
Ese proceso, que a mitad del siglo pasado se realizó en la mayoría de los países del continente, aún no había sido desenvuelto en Venezuela, cuya composición social y justicia laboral atrasaban cincuenta años. Algún día iba a venir un Perón, un Vargas o un Chávez. Era necesario, tenía que suceder por mandato histórico.
Amado por las clases menos pudientes, odiado por la oligarquía local, Chávez amplió su base política con la generosa distribución de los recursos extraordinarios que la industria del petróleo ofrece al país. Exagerado, dicharachero y ambicioso, soñó con extender el proceso llevado a cabo en la sociedad venezolana al resto de América, en lo que denominó de revolución bolivariana, a la que adjudicó un carácter socialista que lo llevó a alianzas ideológicas con la Cuba de Fidel Castro, pero también a encontronazos con el supuesto enemigo representado por los Estados Unidos.
La épica de una revolución de carácter latinoamericano alimentada con dinero proveniente del interminable petróleo venezolano atrajo, por ideología o por negocio, a dirigentes de países como Ecuador o Bolivia, que también incorporaron la lógica de amigo/enemigo como motor de movilidad social. La misma lógica que, disfrazada de afinidad política y estratégica, aplica el gobierno argentino en la resolución de todos y cada uno de sus conflictos.
En los últimos meses, cuando determinadas señales de crisis se hacen sentir en diversos sitios de nuestro continente pero fundamentalmente en Buenos Aires y Caracas –como la inflación desmedida o la falta de algunos alimentos básicos-, las semejanzas entre los gobiernos de Venezuela y Argentina resultaron demasiado evidentes. Pero también las diferencias.
El enfrentamiento social, la lucha de clases visceral y amarga provocada por esa lógica de amigo/enemigo es, en ambos países, la mayor característica y distinción. Es imposible quedar en el medio o aportar razón. Si no estás con ellos, estás contra ellos. Sin términos medios, ni grises. En ese imperio del odio al que piensa diferente la Argentina y Venezuela se parecen mucho. Pero también en ese aspecto, justo, está la principal diferencia. En Venezuela la tensión social aparece como resultado inevitable de un proceso histórico y social que debe madurar para convertir al país –Venezuela- en lo que era la Argentina de los cincuenta o sesenta, o el Brasil de hoy, sociedades con movilidad social donde cada individuo puede ser mejor con base en su trabajo y tiene acceso al estudio que puede convertirlo en una persona más capacitada.
En Argentina, la tensión social actual aparece como la premeditada política de una clase dirigente nacional que no sólo no tuvo la grandeza de limar asperezas en función de una política de estado sino que desperdició la oportunidad histórica de ser un país de punta en el contexto latinoamericano. Sucesivos gobiernos corruptos e ineficaces, de todos los signos políticos –y aquí quiero hacer la excepción, entre los que conocí, de un Ricardo Alfonsín que dejó el poder con los mismos bienes con los que había llegado a la presidencia- fueron degradando la estructura social con políticas que sólo redundan en beneficios patrimoniales para la clase dirigente. La Argentina, lo que menos necesitaba en un tiempo donde la recuperación del terreno perdido en educación, en salud, en producción, en ciencia y tecnología era prioridad, era un enfrentamiento absurdo. Un enfrentamiento palanqueado por un gobierno que copia del venezolano las acciones políticas –pero en diferente contexto, lo que origina un resultado a veces inesperado- y complementado por una oposición torpe de toda torpeza.
No sé si Venezuela, habida cuenta del deterioro económico que muestra en los últimos meses, va a llegar finalmente a ser una sociedad con la movilidad necesaria. El condimento económico negativo puede ser fatal para la actual división entre chavistas y anti-chavistas. En el peor de los casos, han dado un salto cualitativo que permitió el achicamiento de la brecha de ingresos entre los más ricos y los más pobres. En Brasil, hay una mejora social evidente, con base a una política de Estado que se mantiene en los últimos gobiernos desde la instalación del real, con una redistribución de ingreso que permitió a millones de brasileros –la denominada clase C- acceder a bienes y beneficios que antes eran impensados. La Argentina, desde los años sesenta, fue perdiendo terreno paulatinamente y en ese derrotero se encuentra en términos económicos y sociales en parámetros comparativos con la Venezuela de Chávez… o la Argentina de antes de Perón.
La desaparición de Hugo Chávez deja un inmenso vacío en la política latinoamericana. Parece difícil que de su entorno surja una figura con el don carismático, el poder de la palabra convincente y la chispa del alma mater del socialismo bolivariano. No hay, en toda América Latina hoy, un hombre que genere tanta polaridad genuina entre el amor de sus seguidores y el odio de quienes lo combaten al tiempo que pueda sostener una ideología.
Como Getulio Vargas, como Juan Perón, Hugo Chávez pertenece ahora a la historia.

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