Escribe: Luis E Rodi
Utopías de Pinamar
Utopías de Pinamar
Hugo
Chávez
El hombre que dividió las aguas
como nunca antes nadie lo había hecho en Venezuela –con excepción tal vez de
Simón Bolívar- acaba de pasar a la inmortalidad. Por estas horas, miles de
artículos –a favor y en contra- se escriben contando su trayectoria, sus ideas,
los avatares de una carrera política impresionante y su larga lucha contra el
cáncer.
Es difícil escribir de un país que
uno no ha visitado, y que conoce apenas por referencias periodísticas y
literarias, pero desde mi punto de vista la Venezuela de Chávez siguió un
destino histórico como el que protagonizaran, salvando las distancias temporales
e históricas, Juan Domingo Perón en la Argentina de los cincuenta y, algo antes
incluso, el Brasil de Getulio Vargas. Ambas figuras despiertan, incluso hoy,
sentimientos encontrados, pero nadie puede negar que durante sus gobiernos se
produjo una acelerada redistribución del ingreso que favoreció a los sectores
menos favorecidos, a la vez que fueron creadas leyes para proteger los derechos
de los trabajadores. Como Chávez, fueron acusados de populistas y demagogos y
fueron resistidos por los sectores de la más alta
sociedad.
Ese proceso, que a mitad del siglo
pasado se realizó en la mayoría de los países del continente, aún no había sido
desenvuelto en Venezuela, cuya composición social y justicia laboral atrasaban
cincuenta años. Algún día iba a venir un Perón, un Vargas o un Chávez. Era
necesario, tenía que suceder por mandato
histórico.
Amado por las clases menos
pudientes, odiado por la oligarquía local, Chávez amplió su base política con la
generosa distribución de los recursos extraordinarios que la industria del
petróleo ofrece al país. Exagerado, dicharachero y ambicioso, soñó con extender
el proceso llevado a cabo en la sociedad venezolana al resto de América, en lo
que denominó de revolución bolivariana, a la que adjudicó un carácter socialista
que lo llevó a alianzas ideológicas con la Cuba de Fidel Castro, pero también a
encontronazos con el supuesto enemigo representado por los Estados
Unidos.
La épica de una revolución de
carácter latinoamericano alimentada con dinero proveniente del interminable
petróleo venezolano atrajo, por ideología o por negocio, a dirigentes de países
como Ecuador o Bolivia, que también incorporaron la lógica de amigo/enemigo como
motor de movilidad social. La misma lógica que, disfrazada de afinidad política
y estratégica, aplica el gobierno argentino en la resolución de todos y cada uno
de sus conflictos.
En los últimos meses, cuando
determinadas señales de crisis se hacen sentir en diversos sitios de nuestro
continente pero fundamentalmente en Buenos Aires y Caracas –como la inflación
desmedida o la falta de algunos alimentos básicos-, las semejanzas entre los
gobiernos de Venezuela y Argentina resultaron demasiado evidentes. Pero también
las diferencias.
El enfrentamiento social, la lucha
de clases visceral y amarga provocada por esa lógica de amigo/enemigo es, en
ambos países, la mayor característica y distinción. Es imposible quedar en el
medio o aportar razón. Si no estás con ellos, estás contra ellos. Sin términos
medios, ni grises. En ese imperio del odio al que piensa diferente la Argentina
y Venezuela se parecen mucho. Pero también en ese aspecto, justo, está la
principal diferencia. En Venezuela la tensión social aparece como resultado
inevitable de un proceso histórico y social que debe madurar para convertir al
país –Venezuela- en lo que era la Argentina de los cincuenta o sesenta, o el
Brasil de hoy, sociedades con movilidad social donde cada individuo puede ser
mejor con base en su trabajo y tiene acceso al estudio que puede convertirlo en
una persona más capacitada.
En Argentina, la tensión social
actual aparece como la premeditada política de una clase dirigente nacional que
no sólo no tuvo la grandeza de limar asperezas en función de una política de
estado sino que desperdició la oportunidad histórica de ser un país de punta en
el contexto latinoamericano. Sucesivos gobiernos corruptos e ineficaces, de
todos los signos políticos –y aquí quiero hacer la excepción, entre los que
conocí, de un Ricardo Alfonsín que dejó el poder con los mismos bienes con los
que había llegado a la presidencia- fueron degradando la estructura social con
políticas que sólo redundan en beneficios patrimoniales para la clase dirigente.
La Argentina, lo que menos necesitaba en un tiempo donde la recuperación del
terreno perdido en educación, en salud, en producción, en ciencia y tecnología
era prioridad, era un enfrentamiento absurdo. Un enfrentamiento palanqueado por
un gobierno que copia del venezolano las acciones políticas –pero en diferente
contexto, lo que origina un resultado a veces inesperado- y complementado por
una oposición torpe de toda torpeza.
No sé si Venezuela, habida cuenta
del deterioro económico que muestra en los últimos meses, va a llegar finalmente
a ser una sociedad con la movilidad necesaria. El condimento económico negativo
puede ser fatal para la actual división entre chavistas y anti-chavistas. En el
peor de los casos, han dado un salto cualitativo que permitió el achicamiento de
la brecha de ingresos entre los más ricos y los más pobres. En Brasil, hay una
mejora social evidente, con base a una política de Estado que se mantiene en los
últimos gobiernos desde la instalación del real, con una redistribución de
ingreso que permitió a millones de brasileros –la denominada clase C- acceder a
bienes y beneficios que antes eran impensados. La Argentina, desde los años
sesenta, fue perdiendo terreno paulatinamente y en ese derrotero se encuentra en
términos económicos y sociales en parámetros comparativos con la Venezuela de
Chávez… o la Argentina de antes de
Perón.
La desaparición de Hugo Chávez deja
un inmenso vacío en la política latinoamericana. Parece difícil que de su
entorno surja una figura con el don carismático, el poder de la palabra
convincente y la chispa del alma mater del socialismo bolivariano. No hay, en
toda América Latina hoy, un hombre que genere tanta polaridad genuina entre el
amor de sus seguidores y el odio de quienes lo combaten al tiempo que pueda
sostener una ideología.
Como Getulio Vargas, como Juan
Perón, Hugo Chávez pertenece ahora a la
historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario