lunes, 17 de febrero de 2014

Opinión / Dip. Alberto Asseff




"Quieren regorilizarnos"
Por Alberto Asseff*
Hace décadas que los argentinos tenemos motivos para enfrentarnos y hasta para odiarnos. Pero hace mucho más tiempo que poseemos causas y sentimientos para amarnos ¿Por qué es más  ‘negocio’ político azuzar las broncas que apuntalar los vínculos? ¿Por qué gana el odio? Ciertamente, todo gobierno necesita estimular al pueblo enarbolando grandes objetivos e identificando a poderosos enemigos. No es peculiaridad exclusiva de los países secundarios. Los principales practican ese método con fruición. Los Estados Unidos, para mencionar al más relevante, coloca al ‘eje del mal’ como decisivo motivador interno. Empero, la gran diferencia entre los métodos para estimular a la población de cada Estado radica en dónde se ubica al enemigo. En general, los países más poderosos y maduros apuntan a un contrincante foráneo. Los otros, los que aún están agobiados y absorbidos por sus pugnas domésticas irresueltas, señalan sistemáticamente a contendientes internos. Estos pueblos subsisten en medio de una guerra interior constante, inacabable .
Un dato no menor es que las lides centradas en cuestiones internas también se están desplegando en los países centrales. Por ejemplo, en el propio Estados Unidos se ha introducido una profunda fractura doméstica en asuntos como el seguro médico o la inmigración. Es un signo de declive relativo a eras de esplendor.
Desgraciadamente, la Argentina – la que hace un siglo asombraba y esperanzaba como uno de los mayores emergentes del orbe – se halla entre los pueblos inmaduros, esos que hastían con sus  combates sin fin y, para colmo, cada vez más ridículos. Al comienzo de nuestra historia la puja se libraba entre centralistas y federales. Hoy, con esa disyuntiva todavía sin saldar – por lo menos, para quienes aspiramos a un Estado funcionalizado, lo cual requiere sine qua non, un régimen descentralizado genuino -, las batallas son por el control de la Justicia o de la prensa, pasando por la sempiterna lucha contra los comerciantes ‘agiotistas’ y ‘avaros’. Los combates menguaron en dimensión y envergadura. Ya no buscamos la unión nacional o sudamericana. Ahora, nuestra mira está dirigida al comerciante de la esquina o en el juez o el fiscal que – rara avis – tienen vocación de independencia de criterio.
En el siglo XX nos neutralizamos y frustramos en nuestro ascenso nacional – sí, las naciones también caen o suben de categoría – lidiando primero entre ‘Causa o Régimen’ y después entre ‘libros o alpargatas’. La primera dicotomía embozaba la pugna entre un país aristocrático o democrático. La segunda, entre inicuo o justo. En ambos casos los dilemas degeneraron en feroces ‘antis’: antiyrigonismo y antiperonismo y sus correlatos oligarcas y personalistas o descamisados vs.gorilas o contreras. En esos océanos de división y fractura, padecimos y padecemos un siglo de decadencia, apenas disimulado por el progreso en algunos segmentos – el agro y determinada tecnología como la de Invap, en Río Negro, son sobresalientes excepciones. 
La irrupción del s.XXI, luego de la colapsante y conmovedora crisis de 2001, ofrecía la opción de mutar, cambiar, renovar e innovar, empezando por sepultar la idea de que agitando la fractura  Intestina se facilita la gestión y sobre todo el poder político. ¡Pero no! Persistimos en la misma táctica divisionista, la mutilante dialéctica enemigo-amigo. El colmo lo patentiza la Biblioteca Nacional que de ‘templo del saber’ ha devenido en una magna ‘unidad básica’ ocultada en un presunto grupo intelectual. Allí donde debería pensarse y actualizarse la estrategia de país, donde tendrían que elaborarse y consensuarse las doce Políticas Estado, se cobija una bochornosa y rudimentaria ‘militancia’ que detrae mucho más de lo que aporta.
Así, han reaparecido los militantes vs. el gorilismo. El abrazo de Perón y Balbín – hecho al que contribuimos desde 1966 con una tarea de mutua comprensión – pareció sepultar al gorilismo. Casi medio siglo después entra en la escena otra vez y con él agudiza la declinación nacional.
Es inexcusable que dejemos – con nuestra pasividad o enrolándonos en esa perversa contienda – que se ahonde la confrontación. Ningún argentino con dos dedos de cerebro o con cinco neuronas puede querer que subsista la pobreza, que haya  excluidos, que aumenten las enfermedades crónicas o las villas de emergenciao que para producir tengamos que pedir cien permisos y ‘aceitar’ al trámite para que ningún funcionario lo trabe. Nadie quiere caminos escasos y ruinosos o infraestructua obsoleta. En rigor, todos queremos un país grande, con alta calidad de vida, que funcione normalmente, que rijan las instituciones y la ley y que sea gobernado – ahora se dice ‘gestionado’ – con la directriz que  proveen el sentido común y la idea del equilibrio en todos los planos.
Entonces, no le hagamos el juego a quienes quieren regorilizarnos, que medran y lucran con  nuestras pugnacidades. La solución tiene como punto de partida la unión argentina en aras de ese país normal que anhelamos todos, desde el más encumbrado hasta esos pastores del Valle del Silencio, allá en la frontera salteña, que no podemos ni vamos a abandonar.
Ciertamente, siguen habiendo enemigos. Son aquellos que se empecinan en dividirnos. Habrá que derrotarlos. Será una buena batalla, diferente a las falacias a las que nos convocan. 
*Diputado nacional por UNIR-Frente Renovador

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